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Cuba: Ni de uno, ni del otro, ni de nadie.


Opinión personal de Gabriel Freyre

Luego de analizar la causa del problema intrínseco de Cuba, si todavía quisiéramos entender mejor las razones por el cual dicha nación se encuentra en las condiciones en que se encuentra, deberíamos realizar un recorrido por su controvertido pasado, en donde francamente tendríamos dificultad para hallar en sus anales algún indicio de armonía. La mano del destino parece haberse empecinado en su contra, no cabe duda de ello: lo que está pasando hoy día es consecuencia del pasado en una buena medida, pues en casi todas las etapas de su vida independiente, virreinal y salvaje se la ha visto padecer por algún tipo de tiranía. Efectivamente, Cuba, bajo su hermosa falda, esconde un pasado turbulento, atribuido probablemente al temperamento del isleño, forjado al calor del fuego iracundo del sol caribeño. A lo largo de la historia, esta pepita en flor solo fue culpable de pecar por atractiva y de despertar la asechanza por parte de todos sus conquistadores y una bruja ambición por poseerla. Sin exagerar, este encanto de isla, cual hermosa y misteriosa perla oceánica al parecer ha de provocar un peregrinar de deseos en todo aquel que le aborda, obnubilando intransigentemente los celos y turbado el juicio al punto de desencadenar contiendas, rivalidades y triviales envidias. Ya la cortejaban sus oriundos siboneyes, mientras, por otro lado, sobre la costa oriental exigía gradualmente notoria atención el acopio feroz y sanguinario de los vecinos Caribes (quienes entonces oprimían casi todas las islas de las Antillas). Es más, huele a que si los españoles se hubieran demorado algunos años en llegar a la costa oriental de Cuba, solo hubieran hallado trazas de esta raza antigua, porque de seguro los isleños, como eran de cándidos y pacíficos, hubieran sucumbido por completo a tal supremacía. A finales de octubre de 1492, Cristóbal Colón, como galardón de su animada proeza descubre la isla. Había que describirle a la realeza esa nueva tierra y al tratar de hacerlo, se encontró ante tal perplejidad que simplemente atinó a llamarle: “La tierra más hermosa que ojos humanos han visto”. Dicen que cuando Colón llegó a la región, se encontró, en ciertas zonas, con que las mujeres hablaban un idioma diferente a los hombres, a causa de haber sido aniquilada en las distintas invasiones toda la especie masculina. En los informes se revela también que luego de enviados dos emisarios al interior de la isla, llegaron al cacique Camagüey y confirmaron la condición de pobreza de sus habitantes, pues solo trajeron algunas muestras de algodón y resina a cambio de sus cascabeles y baratijas. Y si la miseria y el asedio privativo de su guardián local ya azotaban al nativo, entonces después de la llegada de los españoles el castigo fue peor: pestes, despojo, depredación, abuso de todo tipo y sin medida. “El año de mil quinientos catorce pasó a la tierra firme un infelice gobernador, crudelísimo, tirano, sin alguna piedad ni aun prudencia” decía el Padre de las Casas en su capítulo de la isla. Como una maldición de esclavitud a cuestas, el aborigen comenzó a emigrar de la penuria hacia nuevos horizontes llevándose en pequeñas embarcaciones a toda su familia; dejándoles como fiel presagio el camino hacia el destierro adoptado luego su descendencia (los arrojados balseros de hoy día, quienes abandonan Cuba para no virar más nunca, con tal de dejar atrás toda aquella horrible pesadilla. Para 1824, el fin del dominio español estaba consumado en toda América, excepto en Cuba, y para entonces ya se había extinto casi por completo el nativo, diezmado por las pestes y el trabajo forzado de la minería. Su vacante iba a ser ocupada por mano de obra negra y china. Luego, en demanda del fomento de la próspera industria tabacalera y azucarera, tras la guerra de Castas en México, también se sumarían al mercado de esclavos los aborígenes mayas de la península de Yucatán, cayendo estos también víctima del propio ánimo arrogante y posesivo del nuevo colono tosco y esclavista. Recién en 1868, Carlos Manuel de Céspedes impulsa la primera proclamación de independencia, la cual incluía emancipación de todos los esclavos. Aunque dieciocho años después de declarada la primera alzada, las fuerzas insurgentes se daban por vencidas sin lograr liberar ni a los esclavos ni a la patria del yugo colonialista. Años después quedó al fin abolida la esclavitud, pero por medio de un decreto real, el cual no se inspiraba en ningún interés de tipo humanitario, sino económico, esto sólo aconteció en momentos que los españoles y dueños de plantaciones descubrieron que les era más favorable emplear un jornalero por temporadas a precios módicos que mantener servidumbre de por vida. Por ello, decimos que tanto ésta norma externa que provenía de la corona, como el método para recobrar la gloriosa soberanía sobre el yugo español, resultaron ambos factores ambiguos, pues del mismo modo, para lograr la independecia fue necesaria la intervención norteamericana, que en un abrir y cerrar de ojos reivindicó con su enorme poder el derecho mambí, frustrado por una imposibilidad tácita de victoria. De este modo Cuba, la bella, la niña consentida, quedaría a la tutela de Estados Unidos, con la acomplejada sensación de nacer como república en forma incompleta, con una libertad truncada e interrumpida, mientras que el sufrido criollaje pasó a vivir en una condición más necesitada de la que antes tenía. Efectivamente. Pareciera la esclavitud, un inseparable grillete sujeto al pie del pueblo cubano, del que actualmente, en pleno siglo XXI, de ninguna manera se ha sabido librar. Y que por el contrario, su suplicio ha avanzado a una forma moderna de esclavitud, administrada hasta hoy por quien tiene mayor oficio en dicha práctica: el movimiento internacional comunista.


 ¿Víctima del asedio local o de la política exterior estadounidense?

Es imposible evocar cualquier período de su anómala independencia sin que se nos venga en mente la célebre Enmienda Platt, presentada al Congreso de Estados Unidos por el senador de Connecticut, Orville H. Platt, estableciendo tratados como el de reciprocidad comercial entre ambos países y el de derecho a intervención armada, en caso necesario. Ya había terminado la guerra hispano-norteamericana, con una España que renunciaba a la soberanía sobre la isla y con Estados Unidos comprometiéndose a cumplir con las respectivas obligaciones del derecho internacional. Entonces, luego de un largo proceso de debate y reñidas votaciones, también sería incorporada dicha enmienda por parte del primer Congreso cubano como apéndice a la Constitución Nacional. Ya a comienzos de siglo veinte, lejos de tomar como una intromisión esta autoridad, más bien se les hizo práctico a los gobiernos de turno solicitar intervención norteamericana ante cualquier insurrección popular, sin siquiera llegar a agotar estos los recursos al alcance de la mano. Renunciaba Tomás Estrada Palma (primer presidente constitucional) y al parecer era preferible el control extranjero al de oposición, por ello, prontamente Estados Unidos impuso su primer régimen militar en la isla (después de todo dentro los comicios, el cubano nunca estaba de acuerdo con lo que lanzara el resultado). Así, en representación de Washington, tres años se demoraron los gobernadores interinos Howard y Magoon en restablecer el orden y la nueva administración civil en la que intervinieran ciudadanos cubanos. A partir de entonces, podría decirse que Estados Unidos hubo acomodado y depuesto presidentes cubanos de acuerdo a sus intereses, haciendo ver a sus hombres fuertes de derecha como instrumentos necesarios para afianzar la democracia, mientras que por su lado, los mismos, a su vez, han hecho siempre de su pueblo lo que se les vino en gana, con la excusa de que en caso de guerra civil o de revueltas callejeras podría recurrirse nuevamente a la intervención de los Estados Unidos. Siguieron regenteando el país distintos generales del Ejército Mambí, hasta el gobierno autoritario e ilegal de Machado (a este último en 1933, sus opositores en común acuerdo con los EEUU lograban derrocarlo) y así, luego, llegarían a pasar desfilando por el trono presidencial otros siete ilustres en forma inconstitucional hasta que Miguel Mariano Gómez, en el 36, volviera a ceñirse legítimamente la investidura de mandatario; aunque éste también, en siete meses ya iba a ser destituido por la cámara, arrojando Cuba un insólito record de tres presidentes al año. Es que, en verdad, hay que reconocer que en sus cinco décadas de república, Cuba nunca fue una democracia contenta de sí misma. Una asamblea de coalición formada en 1940 entre diversas fuerzas políticas, dotaba a la nación de un sustancioso conjunto de ideales, principios y estructuras bellísimas, que lamentablemente nunca se llevarían a cabo. Era sin lugar a dudas, aquella Constitución “del Cuarenta”, una de las más avanzadas de Latinoamérica, sin embargo, como si no hubiera sido poco el caos precedente, aún faltaba lo peor, para pisotearla y dejarla olvidada a la sombra de terribles dictaduras como las que implantaron luego Batista y Fidel Castro. Batista no gobernó de forma diferente a Machado; ni Fidel fue menos cruel que ambos, pero Estados Unidos con su política exterior también es un indirecto responsable de sus permanencias en el poder (cabe mencionar su apoyo a este último imponiendo un embargo de armas a la dictadura del primero). Pero en fin ¡Qué más da! ¿Quién podía esperar algo distinto de Norteamérica? Lo cierto es que esta, en los casi 60 años de totalitarismo castrista nunca veló por la libertad de Cuba, por el contrario: su indiferencia en los períodos claves, sus intromisiones en momentos innecesarios sirvieron sólo de válvula de escape, para que la oposición se largue y le deje el país servido a la tiranía de Fidel y luego, a la de su patético hermano.


 Castro, Batista, Machado… Rezago de su propio caldo.

Como ya dijimos, desde muy temprano cayó la república en manos de quienes supieron frustrar aquellos nobles anhelos de la patria, plasmados elocuentemente en la Constitución del 40. Y uno se preguntará: ¿es que en Cuba no hubo jamás cabida para ninguna autoridad que se dignara a gobernar con integridad? Evidentemente, no. Al parecer, la propia ambición y egoísmo del cubano fue siempre más fuerte y tenaz que el bloqueo yanqui, el colonialismo y que el asedio corsario. Su enfermedad es mal de herencia que irriga por las propias venas, y que a menudo se representa en maquiavélica y atolondrada intimación por parte de los caciques al mando. Todos estos, incluyendo Fidel y su hermano, (los más sanguinarios de la historia, sin dudas) nunca han escatimado recursos a la hora de reprimir a su gente, maximizando odio y rencor; sin inmutarse siquiera, ni percibir lo mediocres que han sido todos sus actos de sometimiento. En Cuba actualmente llevan el pandero en mano quienes sobreviven dentro de la isla a expensas de la achacosa dictadura; mientras que ayer lo hicieron de igual manera los que hoy critican de afuera. Así es, y ha sido siempre, desde que Cuba es Cuba: esbirro contra desterrado; miserables contra gusanos; cubano con cubano, siempre, de todas formas, la han pasado a la greña. Y eso no puede dejar otro desenlace más que terrible, ni puede tener un solo culpable, pues todos los cubanos de alguna manera han contribuido con uno u otro dictador a lo largo de la historia, ya que ningún cubano desde adentro y desde el exilio puede asegurar no haber estado nunca familiarizado o de acuerdo de alguna manera con las distintitas políticas de los distintos regímenes represores: ya sea Fidel, Batista o Machado. Hoy los comunistas usan las Brigadas de Respuesta Rápida, que sirven para desarticular por la fuerza cualquier manifestación pública en reclamo de derechos, pero es esta solamente una versión sofisticada, y tan macabra como la famosa “Porra” del machadato, la cual sirvió en los 30 para boicotear a sueldo las continuas marchas de estudiantes o huelgas organizadas por el Partido Obrero, en procura de mejoras salariales. La Porra, en los treinta, se dedicaba a proteger a la dictadura de Gerardo Machado, enfrentándose a la oposición y a la agitación callejera que se acentuaba a medida que el dictador intentaba perpetuarse de manera ilegal en su segundo mandato. Recordemos que luego de que Machado cayó, bajo una fuerte oleada de protestas y en medio de un país paralizado, se inició una tenaz cacería contra los porristas, tomándose el pueblo en la calle la venganza por su mano. ¡Oh, casualidad! Misma historia que se repetiría 25 años después con los hombres de Batista. E incluso podríamos decir, que con una saña interminable, hoy ya existen quienes, desde Miami, tienen bien puesto los ojos en los cínicos esbirros y cómplices de Castro. Muchos jóvenes debieron en la etapa posrevolucionaria irse del país para estudiar en México, Estados Unidos y España. Pero también en los años 30 se sacó de su hogar opositores a punta de pistola; se cerraron universidades y se mantuvo al periodismo amordazado; no faltando los saqueos (similares a los ocurridos en el 59, con la revolución de Fidel). Ese mismo año, hablamos de 1933, recibió Céspedes Quesada el poder de mando, como consecuencia de la revuelta, restableciendo la constitución de 1901, sin las enmiendas adosadas por Machado, desde luego. Y a pesar de su limpia trayectoria y de ser este, hijo de uno de los hombres más prominentes de la patria, no se le dio oportunidad de presidir y en una ambiciosa estrategia estudiantil-político-militar, que representaba a gran parte de los candidatos coaccionados que formarían luego la constituyente de finales del 39, se apoyó la sublevación en su contra y de ahí comenzaron una especie de arreglo encubierto que confirió el poder al entonces “Presidente de los Estudiantes”, Ramón Grau San Martín. En deuda, el nuevo presidente y el siguiente, comenzaron un peligroso juego de favores entre el oficialismo y el sector militar; en esa afrenta de negociación se ascendió al coronel Fulgencio Batista y se les dio a los comunistas participación. Más adelante, influiría uno en la renuncia del otro, y se derrocarían mutuamente trazando la dirección de costumbre, con más de lo mismo: presidentes corruptos, incompetentes y de regalo. Tras ocho años de ineficiencia y frustraciones políticas en las presidencias de Grau San Martín y Carlos Prío Socarrás, opacas se venían las próximas elecciones, y entre los candidatos estaba Batista, que no tenía opción alguna de ganar, pues el pueblo ya lo había padecido en el 40 como gobernante. Entonces, previo al resultado de las elecciones de ese año y en coartada con los generales del ejército protagonizaría el fatídico golpe de Estado, provocado el 10 de Marzo de 1952. La lucha personal y general enconada hasta la virulencia por la usurpación del poder de Batista, contribuyó poderosamente al desprecio del sistema democrático, inútil para contrarrestar la corrupción y el régimen de facto. Batista derogaba la carta fundamental, fruto de todo un largo y doloroso proceso histórico, sustituyéndola por un Estado inconstitucional postrado a su voluntad. Así disolvía el Congreso reemplazándolo por un nuevo “Consejo Consultivo” de cómplices, por supuesto. Igualmente removió gobernantes y alcaldes, designando también a sus amigotes para ocupar ilegalmente las distintas sinecuras de mando. Mientras tanto la irritación del pueblo y la oposición dentro de los partidos políticos frente a este poder corrupto fue creciendo violentamente y a medida que aumentó la hostilidad, respondió Batista con mano dura imponiendo una serie de medidas brutales que lógicamente condujeron progresivamente a que fuera tomando su gobierno y su país un curso terrible y desafortunado. A pesar de que en Cuba entonces, había la misma mala distribución de la riqueza que en el resto de los países de América, la posición autoritaria del dictador fue la detonante que engendró mayor rechazo en toda la población civil, llegando a involucrar en una lucha activa (en pro y en contra) a casi toda la población, mientras el gobierno castigaba severamente a los insurgentes, llenando las cárceles de todos aquellos que se demostraban abiertamente contrarios. Especialmente un foco insurreccional de jóvenes cubanos provenientes del exilio parecía cautivar el ánimo de un país plagado de desaparecidos, enfrentamientos y atentados. Tres columnas de no más de 400 jóvenes rebeldes se abrirían paso de Oriente hacia La Habana, contra unos 30.000 soldados. Pero nuevamente ahí Norteamérica metía su zarpa, imponiendo de pronto un embargo de armas al Batistato. Los jefes de las Fuerzas Armadas interpretaron, correctamente que Batista había perdido el favor de los americanos y dieron por sentado que su régimen estaba condenado, así que surgieron conspiraciones y comenzaron a establecerse relaciones secretas entre los altos mandos, traidores, y el líder rebelde, Fidel Castro. Batista lo supo, y convencido de que estaba rodeado de traidores decidió escapar de Cuba exactamente como había hecho antes Machado. Aquel triunfo nacional del 59 era la promesa de justicia y de liberación idealizada por generaciones, y la revolución era un hito que encarnaba la verdadera consumación de la independencia y el despertar del sentimiento patriótico cubano. Haciendo creer que “La revolución de todos” era para el bien de todos, se ganó el apoyo incondicional del 95% de los cubanos, pero dominados los líderes rebeldes por emociones pasajeras (envidia, fanatismo, venganza) regresaron los viejos fantasmas olvidados: se implantaron juicios sumarios, provocando en algunos casos víctimas inocentes. Volvieron, claro, los saqueos, las vejaciones y así la fogosidad primera se fue consumiendo rápidamente, mientras que el nuevo modelo nacionalista se perfiló airoso en camino a una dictadura, aún más jacobinista y feudal, que cualquiera del pasado. Constantes vacilaciones de prohombres en momentos claves, los cuales de repente se encontraron solos ante el desbordamiento popular, dejaron prácticamente el mando de la nación al luciferino Fidel, cuyas decisiones no serían sino un revés a la confianza y la sal de su pueblo, pues el vuelco radical hacia el polo socialista no fue jamás en demanda popular, ni siquiera exigencia de algún programa revolucionario antes de 1959. Simplemente, el indescifrable chaquetero, al verse agobiado, al sentirse amenazado por incontables opositores que amenazaban su papel antagónico en la canallada del siglo, se volcó a buscar amparo tras la capa roja del gigantesco socialista de oriente, y éste, con su vasta experiencia lo alentó a incurrir con toda la desvergüenza del mundo en la disolución total del sistema. Los rojos se apoderaron de la nación mediante el terror e hicieron suyo el estandarte de la revolución. Hoy llevan más de cincuenta años en el poder sobrepasando todos los records de infamia, delación, miseria, promiscuidad; incrementando la división que tanto procuraron para adherirse al poder los Castro. Y lo peor de todo, que la pesadilla continúa...con no pocos Machados, Batistas y Castros en el exilio, aguardando despertar lúgubremente de su letargo.


 

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