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Huber Matos, comandante de la Sierra Maestra, junto a su familia: aunque entró a La Habana junto a Fidel Castro en aquel épico enero del 59, fue enviado muy pronto a prisión a instancias del propio líder de la revolución. Todo esto debido a las diferencias morales y de principios que regían principalmente el comportamiento de ambos. A continuación algunos fragmentos de la novela en los que se describe la conducta de estos dos célebres comandantes; episodios que de alguna forma integran la historia nunca contada de Cuba y los oscuros secretos de la revolución. Igualmente ustedes pueden mandarnos sus historias y a medida que lo permitan nuestras posibilidades las iremos publicando.


Cap. 11 -Triunfo de la revolución- Pag. 319 De súbito interrumpió la entrevista Huber Matos, que estaba acompañado de un hombre con saco y corbata. —Comandante... comandante —dijo dirigiéndose a Fidel—. Figueres, el presidente de Costa Rica está aquí. Fidel, levantó de la silla toda la opulencia de su cuerpo, de poco más seis pies de altura y mirando por encima de la cabeza del mandatario centroamericano dijo lentamente, con una sonrisa atrevida. —¿Dónde está Figueres?... ¡Coño! ¿Dónde está Figueres? —y Figueres delante, no dándose cuenta de la burla, extendiéndole la mano. —¡Aquí esta Figueres, hombre! No seas... —objetó Huber reprimiendo la bufonada de Castro—. En vez reírte de él tendrías que agradecerle unas cuantas cosas…¿No te parece? —¿Usted es Figueres? —preguntó ahora sí gentilmente Castro, encorvándose levemente para estrechar su mano, y esbozando una sonrisa falsa, como si nada hubiese pasado. —En efecto. —¡Vaya! ¡Al fin nos hemos conocido! Siéntese… —dijo Fidel, y con sus grandes manotas le separó una silla, ubicándola a su lado. —Ven Huber, no te vayas —le ordenó luego a Huber Matos. Pero Huber no hizo ya más caso y se retiró visiblemente enojado, murmurando: «¡Qué tipo tan ingrato! —pensaba—. Al hombre que le tienes que expresar gratitud por enviarte el armamento que ayudó a ganar la guerra... lo humillas delante de todos… que hijo de p…» El comandante Huber Matos era un maestro que había dejado su oficio como educador para unirse al Ejército Rebelde. Era una persona educada, seria, y no era de usar palabrotas, pero Fidel le arrancaba el demonio a cualquiera. Aparte Huber Matos últimamente venía resentido con los Castro. No había podido perdonarles la reciente condena y el vil fusilamiento a sus espaldas de Bonifacio Aza, con quien él mismo había estado en comunicación desde el comienzo del cerco a Santiago, y con quien contara como aliado dentro de las tropas batistianas para facilitar el ingreso del Ejército Rebelde a aquella ciudad. En verdad terminó siendo Raúl Castro quien indicó que se lo fusilara, pero de todos modos Fidel no hizo nada para impedirlo. Su objetivo era pasar por las armas al menos a un oficial superior de Santiago, y él era el único que quedaba. El resto había huido. —Ese Huber Matos me vive increpando, me recuerda a la criada respondona —añadió Fidel Castro también a modo de broma. Y luego siguió dando y tomando en la mesa con sus invitados.


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Cap. 25 -El último carnaval- Pag. 413

  Casi inmediatamente después de su reunión en Cojímar con los altos referentes del partido, Fidel convocó una junta excepcional del consejo de ministros, según dijo, para tratar asuntos de seguridad pública, pero en realidad era con la idea de probar todo su poder de convencimiento, y para sondear las aguas y ver hasta donde llegaba realmente su omnipotencia dentro del gabinete ejecutivo de gobierno. En efecto, llegaba con cierto impulso y bajo la influencia de los miembros del comité central del partido: creía tener un caso concreto en contra el comandante Huber Matos y venía a desprestigiarlo frente a su departamento ejecutivo. El descargo lo haría en nombre del pueblo con un orgullo y una frialdad salvaje, que incluso antes de entrar al palacio presidencial ya llevaba claramente grabada en el rostro. Iba a intentar por todos los medios movilizar a los ministros en contra de lo que él llamaba: «una vil conspiración». El revuelo se produjo después de que Huber Matos concediera una entrevista a una famosa radioemisora de Camagüey, en la que salió a decir que la revolución cubana actualmente estaba como en una embarcación a la deriva, llamando a Fidel Castro, entre otras cosas a rectificar: «¡Quizá sea tiempo aún de componer el rumbo! ¡Salvemos la revolución, Fidel!» dijo literalmente ante los micrófonos, despertando malestar en Fidel y en el resto de sus asesores. Huber, en quien se había obsesionado desde que le hicieron oír la noticia, no era ya solo Huber y su berrinche al micrófono. No. Se había convertido en el tema de Huber, una representación de la fuerza adversa que se había propuesto arremeter contra él, y expulsarlo del poder. Poseído por tal paranoia, le parecía que todo cuanto había ocurrido en aquella lejana provincia era una confabulación en su contra, una jugarreta de los enemigos, a quienes él mismo llamaba muy irritadamente: «conspiradores». Evidentemente esta palabra se le había metido en la mollera, y ya no había nadie en el mundo que pudiera sacársela, porque últimamente la aplicaba para casi todos, viniera o no a cuento. Entonces eran realmente desafortunados los que quedaban registrados en las listas negras bajo este mote, porque de esta forma instantáneamente iban quedando en capilla ardiente, bajo estricta vigilancia de su Seguridad de Estado, prácticamente a la espera de que vuelvan a reanudarse en cualquier momento los fusilamientos. Igualmente eran llamados de este modo por él: los ex milicianos, los religiosos, los obstinados que se atrevían a contradecirle, los indecisos, los terratenientes, los extranjeros, y básicamente todo aquel que no fuera específicamente castrista. «Si les hubiese hecho caso a los comunistas —pensaba Fidel—, esto no hubiese llegado tan lejos» Irritado contra sí mismo con todo este nuevo suceso, ahora entraba a toda prisa por los pasillos del palacio, escoltado por dos de sus custodias. Tenía el firme propósito de ganar una batalla más para el lado de su «revolución» y venía pensando en que quizá fuera necesario, en aquella ocasión, utilizar esos recursos tan suyos de persuasión, realzados siempre por convincentes insultos y malas palabras. No cejaría hasta celebrarle un consejo de guerra al jefe militar y asociado principal de la Sierra. Quería pronto verle denigrado de su mando a Huber Matos y si era posible fusilarle también. Pero aún no era tan poderoso, y toda aquella empresa en definitiva le serviría para darse cuenta de eso: que sus propios ministros eran el último obstáculo que le quedaba por saltear en su camino hacia el poder absoluto. Para lograr obediencia completa le hacía falta realizar una purga de cuajo allí mismo, dentro de su gabinete, porque las respuestas de los ministros a sus demandas definitivamente no iban a ser lo serviciales que él hubiera deseado. ______________________________________________________________





  Cap. 27 -El último carnaval- Pag. 421 Por su parte Pablo sabía que tarde o temprano tendría que decirle toda la verdad a su esposa, porque creía que ella de todas maneras de un modo u otro se iba a enterar. Ese sería realmente un día inconveniente en su vida. Era algo que no estaba dispuesto afrontar todavía. No deseaba dejar de ver a Débora pero tampoco quería abandonar a Rosa, porque creía que el inundo de su alma cándida así como su tranquilidad le eran tan queridos y necesarios, como la cercanía y las caricias de Débora. En casa, delante de su esposa se sentía como un delincuente que todavía no había sido descubierto. El hecho de que ella no supiera nada y las manifestaciones de su cariño le partían el corazón. No obstante, por la noche, cuando lograba llegar antes que ella se durmiera, luego de ir a darle un beso en el corralito a la beba, los esposos solían entablar largas conversaciones. —¿Te enteraste? Acaban de meter preso a Huber Matos. Hay que hacer algo —dijo Pablo. —Sí, todo el mundo habla de ello. Pobre su familia... Pero ¿qué? Como si tuviéramos pocas preocupaciones por nosotros mismos. Tú también debes andar con más cuidado, porque crees que tienes siete vidas, ¿verdad? Pero ya ves cómo esa gente y su maldad —repuso Rosa—. Ahora Pablo, mejor duerme. Es tarde. No es posible que estés en todo. Debes descansar. —No puedo dormir. Estoy preocupado por Camilo. —¿Camilo también? ¿Qué le pasó? —preguntó Rosa sin dejar de alarmarse. —No hemos vuelto a tener noticias suyas. Tenía que haber regresado hoy y no lo hizo. Y las últimas órdenes que recibimos son contradictorias y nos confunden aún más: en las primeras horas de la mañana partió a Camagüey para entrevistarse con Huber, a quien le recomendó que haga las paces con Fidel. Nosotros dos, con Mario salimos a recibirlo, porque Camilo antes llamó pidiendo que lo alojáramos en La Cabaña, pero para nuestra sorpresa no vinieron juntos los comandantes. Diferente de como estaba previsto, en el vuelo de Camagüey llegó solamente Huber Matos con sus oficiales, desarmados sí, pero sin esposas y aún manteniendo sus insignias de comandantes y capitanes. Además, la gente del Ministerio del Interior, en un procedimiento muy extraño, nos tomó de sorpresa y se nos anticipó, arrestando al comandante Huber Matos, así como de los otros oficiales que supuestamente se habían insubordinado tras su renuncia… Ahí pudimos ver que detrás de todo andaba Ramiro Valdés con su ridícula gorra de pelaje al estilo ruso. —¿Gorra rusa? —Sí, él usa una gorra de cosaco con orejeras… Lo escuchamos cuando dijo: ¡Ah, ese traidor! —dirigiéndose con desprecio al comandante Huber Matos. Fíjate que yo no lo conocía personalmente a Huber. Hoy lo vi por primera vez. Tiene ojos azules y barba rizada. Buen porte y muy serio él… Hasta que se lo llevaron a toda prisa por la desgastada escalinata de piedra de la fortaleza de La Cabaña y ya no volvimos a verlo. Ahí mismo Mario y yo nos quedamos mirándonos. Mario me hizo con los hombros así, como diciendo ¿qué podemos hacer? —¿Por qué? ¿Ramiro tiene más poder que Mario? —Sí. Ramiro siempre fue el soplón de Raúl Castro. Paralelamente —añadió Pablo—, por lo que pude escuchar en las noticias, se realizó una amplia remoción en los cuadros dirigentes del 26 de Julio del territorio camagüeyano, y en lugar de Huber quedó Orestes Valera, un locutorcito de Radio Rebelde y también otro de nombre: Jorge Enrique Mendoza Reboredo, un comunista malvado que además es el fundador del Partido Socialista allí en Camagüey. Y luego, para colmo, intentamos localizar a Camilo, pero no lo hallamos por ningún lado. Desapareció. No sé… Siento como si hubiera en medio de todo una mano negra. —¿De qué lo acusan a Huber es lo que no entiendo? —inquirió Rosa confundida. —De nada hasta ahora. Yo creo que no es culpable de nada, excepto de su influencia. Se le persigue y se le hostiliza por su postura anticomunista. Por eso dicen que renunció, que «quiso abandonar a Fidel»… Y retirarse del Ejército para volver a la docencia, como en otros tiempos. Pero ya no fue posible. —¿Y por eso tanto lío? —volvió a preguntar Rosa. —Sí, pero no conforme con eso, parece que también hizo allá en su tierra algunas declaraciones que no le gustaron nada a Fidel. —¡Oh, es tan absurdo todo! Y me da terror solo de pensarlo, pero no me extrañaría que Camilo termine igual, porque va junto con Huber por el mismo camino. A Camilo lo soportarán mientras lo consideren necesario, pero cuando esta necesidad deje de serlo, también a él lo apartarán sin piedad o lo aniquilarán como han hecho ya con otros comandantes —reflexionó Rosa asustándose de sus propias deducciones. —¡Calla mujer! Dios no quiera, porque si cae Camilo caeremos también Mario y yo. —¿Crees que no lo sé? Por eso te advierto que te cuides. De a poco, como dijo una vez tu madre, Fidel está mostrando la hilacha. Y se está convirtiendo en un hombre más déspota que los del régimen anterior. —Yo aún tengo fe en la revolución. No hay que ser tan pesimista ¡Todo se arreglará! ¡Ya verás! —dijo Pablo que apenas pudo contener una sonrisa. Estaba de acuerdo con Rosa pero no le complacía reconocer que ella tenía razón. —¿Cómo es que no lo ves Pablo? —exclamó Rosa—. La revolución está acabando con nuestras vidas… Bueno, quizá, no con la tuya, pero sí con la de muchas familias… Lo único que te pido es que actúes con precaución, y que las experiencias ajenas te sirvan de lección. Recuerda siempre que hoy se acabaron ya las personas honradas y los amigos. Si sucediera algo, confía solamente en Mario. Naturalmente, si él sale con bien de todo esto. Pablo prefirió no alegar más sobre ese tema. Podía no entender los continuos desaciertos de Fidel, pero tampoco le era posible estar en contra de la revolución, porque no solo se sentía haber renacido con su causa, sino que además la consideraba obra suprema del pueblo y simplemente no quería, no podía oponerse a la voluntad del pueblo. Aparte, no solo sus intereses le eran comunes, sino que se consideraba a sí mismo un producto de ella y ni en sí mismo ni en la revolución veía defectos.

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En esta narración de su vida, a través de treinta años de historia, Pablo nos demostrará que los sentimientos genuinos sobreviven siempre a cualquier adversidad.

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Cuba: Ni de uno, ni del otro, ni de nadie. ¿Es realmente Cuba víctima del bloqueo y de la política exterior estadounidense?

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